EDITORIAL
Próxima 42 / No hay mapas para estos territorios
En la actualidad, el capitalismo ocupa el horizonte entero de lo pensado. Admite cambios pero no transformaciones. Nos está destruyendo, se está llevando puesta a demasiada gente, pero ¿cómo enfrentarlo? Su presencia es inmensa, parece alcanzar de un modo u otro hasta el último rincón de la Tierra, y a la vez nos atraviesa tan íntimamente. Es silencioso, flexible, sutil. No solo rige nuestra relación con el dinero o con el trabajo, sino también nuestras prácticas personales y vínculos afectivos, condiciona la manera de comunicarnos, incluso nuestra autopercepción. Como dice el filósofo surcoreano Byung-Chul Han: “Ahora uno se explota a sí mismo y piensa que se está realizando”.
De la mano de la tecnología, irrumpen nuevos modelos como el trabajo de plataforma y en los empleos en relación de dependencia cunde la gameficación, pero la verdadera tendencia es convertir a todos en “trabajadores independientes”, freelancers, emprendedores. Y en el régimen de explotación ajena es posible que los explotados se solidaricen y juntos se alcen contra el explotador, pero en esta nueva variante la ira y la frustración se transforman en autoagresividad; los autoexplotados no se convierten en revolucionarios, sino en depresivos.
¿Cuál es la salida? ¿El primitivismo? ¿Retirarnos a la selva a vivir en comunidades preindustriales? Dudo que incluso ahí estemos a salvo de él, y quizás lo único que logremos es hacernos todavía más vulnerables.
El aceleracionismo busca la salida en sentido contrario. Cree que el avance tecnológico es indetenible y que está unido a estas prácticas económicas; apunta a identificar, profundizar y radicalizar las fuerzas de la desterritorialización/globalización para alcanzar un estado más allá de la fractura, que percibe como inevitable.
Ya J.G. Ballard y William Gibson pudieron leer esos procesos emergentes, los modos en los que las conductas tanto individuales como sociales se irían viendo transformadas por la vida moderna y la tecnología digital, como cambiarían los trazados urbanos tanto como los emocionales, cada vez más rápidamente.
Mark Fisher señala que no se trata de acelerar cualquier proceso capitalista, sino aquellos procesos y deseos producidos por el capitalismo, pero cuyos efectos no pueden ser contenidos por aquel y que podrían conducir a un mundo poscapitalista. En este proyecto, la actual base material no necesita ser destruida, sino que es reapropiada como plataforma de lanzamiento hacia un futuro postcapitalista.
En resumen: debemos encontrar la forma de hackear el sistema. Y podemos empezar por lo más cercano: donde nos enseña a ser competitivos, egoístas y mezquinos, respondamos agrupándonos, trabajando en equipo, siendo solidarios y generosos. Donde nos quiera silenciosos, apolíticos y resignados, respondamos participando, discutiendo, buscando y construyendo alternativas. Donde nos mande a ser ultraproductivos, generemos tiempo de ocio, recuperemos el gozo y la alegría.
Como dice Gibson, no hay mapas para estos territorios. Cartografiemos al andar.
Pero guiados por nuestra propia brújula, la de construir un futuro más humano.
Laura Ponce
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