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CUERPOS DISIDENTES EN EL IMAGINARIO DE LA CF (1): Cuerpos alienígenas
Por Juan Mattio.
Partiendo
de la ciencia ficción, vamos a intentar producir una serie de hipótesis sobre
los cuerpos como construcciones históricas y políticas. Se trata de pensar los
cuerpos como territorios alterados --la máquina, el
cyborg, el alienígena--,y su relación con
lo humano. Pensar qué se esconde en estos relatos. Leer la ciencia ficción como
sueños o alucinaciones compartidas que condensan y desfiguran elementos de las
sociedades capitalistas donde nacen.
Los cuerpos
hermafroditas de La mano izquierda de la
oscuridad que soñó Le Guin, el cuerpo aterrador y antihumano de la bestia
en Alien diseñado por H. R. Giger,
los cuerpos alterados por el comercio genético en la trilogía Xenogénesis de Octavia Butler, los
cuerpos-insectos que describió Bruce Sterling en su relato “Enjambre”, el
cuerpo-reptil oculto bajo la apariencia humana que vimos en V, Invasión extraterrestre. El
imaginario del cuerpo alienígena es un bestiario y, a la vez, una permanente
reflexión sobre nuestros propios cuerpos. La hipótesis que este artículo
intentará desarrollar es que, partiendo de ellos, podemos indagar sobre nuestra
propia percepción corporal. Descomponer un conjunto de presupuestos que
funcionan como base para ciertas posiciones políticas conservadoras y reconocer
que los cuerpos (también, y sobre todo, el humano) son productos históricos.
el xeno-cuerpo
Podríamos definir el
xeno-cuerpo como un cuerpo extranjero o extraño, es decir, un cuerpo que no
está previsto en nuestra imaginación biológica. Lo humano supone (por suerte,
cada vez en menor medida) una serie de pautas muy definidas sobre qué puede ser
considerado un cuerpo “normal”, un cuerpo “atrofiado” y un cuerpo “extraño”.
El cuerpo alienígena
es, por definición, un cuerpo en disidencia. Un cuerpo no-humano que permite
ver eso que Michel Foucault llamó “ideal regulatorio”, es decir, una práctica
regulatoria que produce los cuerpos que gobierna. Pero sabemos que los cuerpos
nunca acatan enteramente esas normas sino que hay zonas inestables, espacios abiertos,
por los cuales la norma puede volverse contra sí misma. Judith Butler propone
pensar la materialidad de los cuerpos como “un efecto del poder, como el efecto
más productivo del poder”.
El poder subversivo
del cuerpo monstruoso o alterado es que nos permite ver, como una ráfaga o una
iluminación momentánea, todo el sistema por el cual los cuerpos son gobernados
a través de prácticas de regulación. El cuerpo disidente es aquel que abre
preguntas en la percepción estandarizada y en la idea de lo “natural” como
hecho pre-social y pre-discursivo.
Lo abyecto, lo
monstruoso, sería entonces esas zonas inhabitables o invivibles de la vida
social que ocupan los cuerpos cuando entran en disidencia abierta con el ideal
regulatorio. Pero hay que tener en claro que lo abyecto no es lo opuesto al
ideal regulatorio sino lo exterior, lo que está afuera, lo que ha sido
desechado en el campo de la abyección (Julia Kristeva 1980). Porque lo opuesto
es todavía legible en su contraste y acá nos enfrentamos a lo ilegible.
Es un exterior
falso, podríamos decir, porque es un exterior que está en el interior del sujeto.
La relación de cada uno de nosotros con el fantasma normativo es lo que genera
el repudio ¾la fuerza del repudio¾ que nos expulsa
hacia el campo de lo monstruoso.
Ahora bien, en la
definición de Foucault el monstruo es una categoría jurídica que indica un
problema en relación a las diferencias. Dice: “El monstruo es el gran modelo de
todas las pequeñas diferencias. Es el principio de inteligibilidad de todas las
formas ¾que circulan como
dinero suelto¾ de las anomalías.”
En esa categoría
jurídica hay, además, grados: el deforme, el lisiado, el defectuoso. Pero
mientras el lisiado o el defectuoso están previstos por la ley, el monstruo
aparece como lo imprevisto, lo exterior a la ley.
cuerpos y nostalgia
Me gustaría analizar
el relato “La tercera expedición”, incluido en las Crónicas Marcianas de Ray
Bradbury, porque creo que puede ser paradigmático en una serie de problemas que
nos interesan. El cuento está situado en abril del 2010, cuando una expedición
humana llega a Marte con diecisiete hombres a bordo “incluyendo un capitán”. Lo
que encuentran es “un pueblo idéntico a los pueblos de la tierra”.
Esto pone en marcha
la idea de que las dos civilizaciones ¾la de la Tierra y la marciana¾ han evolucionado de
la misma manera: “Es posible que en todos los planetas de nuestro sistema solar
haya pautas similares de ideas, diagramas de civilización”.
Sin embargo, se
encuentran con que nada es posterior a 1927. La segunda hipótesis trabaja sobre
la idea de que un grupo de humanos ¾horrorizados por la guerra¾ dejaron la Tierra
en la primera mitad del Siglo XX y viven en Marte un exilio tranquilo y
agradable.
Hasta que se
encuentran con una mujer marciana, idéntica en todo a una mujer humana, que les
explica que están en Green Bluff, Illinois, un pueblo fundado en la Tierra en
1968. Es decir, llegados a Marte están, todavía, en la Tierra.
De a poco la
tripulación empieza a encontrar a sus familiares en Green Bluff ¾a lxs vivxs y a lxs
muertxs¾. Poco a poco se
empieza a sospechar que algo en Marte tomó los recuerdos de lxs viajerxs y con
ese material construyó un pueblo donde encerrarlxs en la nostalgia hasta que se
agote el interés por el nuevo planeta.
Este relato siempre
me hace pensar en una de las Mitologías que Roland Barthes publicó en 1957 que
se titula Marcianos y donde el autor
analiza la serie de ficciones que plantean el posible contacto entre
civilizaciones. Su primer hipótesis es que se trata de un desplazamiento de la
Guerra Fría pero que, en el despliegue del imaginario, el esquema cambia: “Sólo
que, en su devenir, lo maravilloso ha cambiado de sentido, se ha pasado del
mito del combate al del juicio. Efectivamente, Marte, hasta nueva orden, es imparcial:
Marte se aposenta en Tierra para juzgar a la Tierra, pero antes de condenar,
Marte quiere observar, entender. La gran disputa URSS-USA se siente, en
adelante, como una culpa; el peligro no es proporcional a la razón. Entonces se
recurre, míticamente, a una mirada celeste, lo bastante poderosa como para
intimidar a ambas partes”.
Barthes advierte en
este texto que las novelas de ciencia ficción y lo que él llama la “psicosis
marciana” han construido en Marte una réplica de la tierra, un planeta que pueda
juzgarnos es un planeta idéntico al nuestro: “Es probable que si
desembarcásemos en Marte, tal cual lo hemos construido, allí encontraríamos a
la Tierra; y entre esos dos productos de una misma Historia, no sabríamos
distinguir cuál es el nuestro. (…) Como se ve esta psicosis está fundada sobre
el mito de lo idéntico, es decir del doble. Pero aquí, como siempre, el doble
está adelantado, el doble es juez. El enfrentamiento del Este y del Oeste ya no
es más el puro combate del bien y del mal, sino una suerte de conflicto
maniqueo, lanzado bajo los ojos de una tercera mirada”.
Creo que el relato
de Bradbury trabaja sobre esta misma intuición planteada por Barthes. Un
“primer contacto” que no sólo no asusta ni asombra, sino que nos devuelve al
pasado y a lo reconocible. Los cuerpos alienígenas acá ni siquiera conservan la
tensión de un cuerpo humano desconocido. Son la familia. En el final, el
narrador dice: “A la mañana siguiente, la banda de música tocó una marcha
fúnebre. De toda las casas de la calle salieron solemnes y reducidos cortejos
llegando largos cajones, y por la calle soleada, llorando, marcharon las
abuelas, las madres, las hermanas, los hermanos, los tíos y los padres, y
caminaron hasta el cementerio, donde había fosas nuevas recién abiertas y
nuevas lápidas instaladas. Diecisiete fosas en total, y diecisiete lápidas”.
Lo aterrador de
Marte y lo que logra vencer a la Tercera Expedición, es su entrañable parecido
a la Tierra y su fuerte vínculo con el recuerdo. La táctica de defensa de lxs
marcianxs es enfrentar a la humanidad con su propio e idealizado pasado.
Barthes piensa
también en este límite de nuestra imaginación, en esta falta de productividad
para pensar al otro: “Porque uno de los rasgos constantes de toda mitología
pequeñoburguesa es esa impotencia para imaginar al otro. La alteridad es el
concepto más antipático para el “sentido común”. Todo mito, fatalmente, tiende
a un antropomorfismo estrecho y, lo que es peor, a lo que podría llamarse un
antropomorfismo de clase. Marte no es solamente la Tierra, es la Tierra
pequeñoburguesa, el cantoncito de pensamiento cultivado (o expresado) por la
gran prensa ilustrada. Apenas formado en el cielo, Marte queda, de esta manera,
alienado por la identidad, la más fuerte de las apropiaciones”.
En el otro extremo
está Solaris, de Stanislaw Lem. El punto de partida parece ser la pregunta
sobre si podemos, en verdad, imaginar una forma de vida que no sea
antropomorfa. Recordemos la estructura del argumento: Solaris es un planeta
“habitado” por un gigantesco océano protoplasmático. La humanidad intenta, hace
siglos, establecer algún tipo de comunicación con el océano al que supone
inteligente. Pero nada.
En ese contexto un
psicólogo llega a la base en Solaris porque una serie de situaciones extrañas preocupan
al centro de investigación en la Tierra. Lo que encuentra es, una vez más, a su
mujer que se había suicidado unos años antes. También los otros dos científicos
de la base tienen “visitantes”. Las simetrías con “La tercera expedición” son
nítidas.
Sin embargo, para
Jameson, la novela de Lem está llevando adelante algo que podríamos llamar
“tesis de incognoscibilidad”. Es decir, la hipótesis de que, si encontráramos
vida extraterrestre, no podríamos entenderla. Todo
el conocimiento humano sería insuficiente para comprender o comunicarse con esa
otra forma de vida ¾inteligente o no¾. El océano de Solaris “produce” estos
fantasmas humanos pero no comunica, ni informa, ni nada. Los usa como avatares
sin función. Son solo presencias inagotables.
Jameson
habla de “ficciones del primer contacto”, historias que cuentan un primer
encuentro entre la humanidad y otra forma de vida inteligente. Según el autor, en las décadas del 60 y 70
empieza a ser cada vez más regular que estos relatos incluyan una subversión a
las normas sociales humanas.
Por ejemplo, la
descripción de un nuevo color supone una nueva percepción que supone, a su vez,
un nuevo órgano sensorial y entonces, un nuevo cuerpo. A su vez, las nuevas anatomías y nuevas
biologías expresan nuevas relaciones entre los sexos que modifican la
estructura social del matrimonio, la familia, las leyes sucesorias, etc.
Este es un modo de
desfamiliarizar las normas y costumbres humanas que la disposición sexual
alienígena viene a relativizar. Sería un segundo momento después de la
“psicosis marciana” de Barthes. Donde no hay una identidad con lo humano, sino
más bien la búsqueda de la diferencia a través del Otro Cuerpo.
Esto
se puede ver, por ejemplo, en la novela La paja en el ojo de Dios, de Larry
Niven y Jerry Pournelle, que fue publicada en 1975. En la novela hay castas
diferenciadas por su genética que cumplen diferentes tareas. Los Ingenieros son
niños aislados con conocimientos técnicos profundos e innatos. Los Relojeros
son ayudantes, mini-ingenieros. Los Jardineros están a cargo de la agricultura.
Los Mensajeros transmiten mensajes. Los Amos, toman las decisiones. Y, entre
todxs ellxs, están los Mediadores que intervienen en conflictos y son la base
del entramado social. Unx de ellxs dice: “Cada variante de mi especie tiene que
quedarse preñada después de ser femenina durante un
tiempo.
Hijo, macho, hembra, embarazo, macho, hembra, embarazo, una y otra vez. Si no
se queda preñada a tiempo, muere. Incluso nosotros. Y los mediadores no nos
quedamos preñados. Somos mulas, híbridos estériles”.
Se plantea así la
hipótesis dialéctica donde la variación biológica o anatómica puede permitir
una transformación política o incluso sociológica en el modo de producción. Esa
sería la tradición o la línea en la que se inscribe, por ejemplo, La
mano izquierda de la oscuridad de Le Guin. En ella los cuerpos
hermafroditas que habitan el planeta Gueden modifican la lógica social que es
reconocible para lo humano. Sus dos sistemas sociales, sus dos países, son
Karhide (una monarquía con su rey/reina) y Orgoreyn (gobernado por un estado
burocrático). La ignorancia del binarismo hace que los cuerpos hermafroditas
que habitan Gueden no sólo no conozcan los conflictos de género, tampoco saben
qué es la guerra.
El final de esta
ola de relatos que miran la otredad alienígena con empatía está dado, para
Jameson, en Alien ¾que
es de 1979¾
donde se vuelve a la lección de incognosciblidad. No solo no hay empatía ni
comunicación, tampoco hay modo de conocer a esa criatura que tien e un único
objetivo: destruir lo humano. Para Jameson, esa exploración sobre el otro, una
vez terminada, da lugar a la indagación interior a través del robot y el
cyborg, donde lo humano se mira a sí mismo a través de la máquina.
Pero antes de
retirarnos hacia las máquinas conviene recordar esto que Lem dejó dicho en Solaris: “Donde no hay humanidad, no
puede haber motivos accesibles a lo humano. Antes de poder seguir con nuestra investigación,
es necesario destruir nuestros propios pensamientos o sus formas materializadas”.
Así que antes de
seguir nuestra investigación sobre los cuerpos, conviene destruir lo que
creemos saber de ellos.
* Juan Mattio es escritor y periodista. Este artículo forma parte de las
exploraciones de Synco – observatorio de ciencia ficción, tecnología y futuros.
Proyectosynco.com
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