ARTÍCULOS
CUERPOS DISIDENTES EN EL IMAGINARIO DE LA CF (2): Criaturas posthumanas
Por Juan Mattio.
Partiendo
de la ciencia ficción, vamos a intentar producir una serie de hipótesis sobre
los cuerpos como construcciones históricas y políticas. Se trata de pensar los
cuerpos como territorios alterados --la máquina, el
cyborg, el alienígena-- y su relación con
lo humano. Pensar qué se esconde en estos relatos. Leer la ciencia ficción como
sueños o alucinaciones compartidas que condensan y desfiguran elementos de las
sociedades capitalistas donde nacen.
el
fin de lo humano
Podríamos partir de
la siguiente hipótesis: la criatura humana no existió siempre, la criatura se
vuelve reconocible a partir de la Ilustración. Lo que equivale a decir que eso
que llamamos Lo Humanx es una construcción histórica y, de alguna manera, un
consenso. Un dispositivo que reúne al sujeto cartesiano del cogito, a la
comunidad de los seres racionales de Kant y al sujeto-ciudadano de la
sociología: titular de derechos, propietario, etc. Lo Humanx, en última instancia,
se funda como noción central del derecho.
Hoy, en esta
situación política mundial, las fuerzas sociales conservadoras tratan de
reescribir lo humano en el interior de los paradigmas de la Ley Natural, pero
el mismo concepto de Lo Humanx se ve presionado hacia fuera de sus propios
límites en dos frentes: los progresos científicos y la economía global.
Tanto lo no-humano,
lo inhumano y lo antihumano son categorías muy utilizadas en ciertos debates.
La demarcación del territorio humano es cada día más compleja: ¿quiénes están
adentro y quiénes afuera? Desde las discusiones sobre robots, prótesis, neurociencia
o capitales biogenéticos hasta el transhumanismo y la tecno-trascendencia, la
realidad se vuelve múltiple y difícil de fijar bajo categorías. Lo posthumano
produce entusiasmo y ansiedad al mismo tiempo. La descentralización del Hombre
se lee como promesa y también como amenaza.
El paradigma científico
se esfuerza por distinguir entre lo dado (la naturaleza) y lo construido (la
cultura). Pero, según afirma Rosi Braidotti (Lo posthumano, 2013), es posible pensar desde una teoría no dualista
de la interacción entre naturaleza y cultura.
La condición
posthumana que propone Braidotti se caracteriza por una cuota significativa de
momentos inhumanos que combina la biopolítica de Michael Foucault y la tanatopolítica
de Achille Mbembe. Tanto las tecnologías de la vida como las tecnologías de la
muerte son posthumanas a causa de la fuerte mediación tecnológica que las hace
funcionar en el estado actual de desarrollo.
El clima social de
la mayoría de las democracias actuales hace retroceder a los estudios
humanísticos. Dos estados de ánimo están permitidos: nostalgia conservadora y
euforia neoliberal. La propuesta de Barlotti es interesarse por lo posthumano
como reacción al sentimiento de frustración que viene de la limitación de
recursos y límites de lo humano. Tanto a nivel individual como colectivo.
¿Podría ayudarnos
la ciencia ficción a pensar estos problemas? ¿Y cómo funcionan los tecnocuerpos
imaginados por el género en relación a la condición posthumanista? Para intentar
responder estas preguntas vamos a repasar las resonancias posthumanas en tres
universos ficcionales: la serie de Mecanicistas y Formadores en Bruce Sterling,
el primer volumen de la trilogía Xenogénesis
de Octavia Butler y Luz, la novela de
M. John Harrison.
el futuro es cambio
La
serie de Mecanicistas y Formadores fue fundada por Bruce Sterling en varios
relatos y una novela, Cismatrix. En
el futuro que imagina uno de los fundadores del movimiento ciberpunk, la
humanidad ha construido un antagonismo sobre su propia supervivencia.
Los formadores creen
que la clave para evitar la extinción está en el cambio genético. Simon Afriel,
protagonista del relato “Enjambre” (en Crystal
Express), “Tenía treinta y ocho años y había sido reformado según las
tendencias de la moda en el momento de su concepción. Su equilibrio hormonal
había alterado leventemente para compensar los largos periodos pasados en caída
libre. No tenía apéndice. La estructura de su corazón había sido rediseñada para
conseguir mayor eficacia, y su intestino había sido alterado para producir las
vitaminas elaboradas normalmente por las bacterias intestinales. La ingeniería
genética y un riguroso entrenamiento en la infancia le habían dado un cociente
intelectual de ciento ochenta. No era uno
de los agentes más brillantes del Consejo Anillo, pero
sí uno de los más estables mentalmente y el más digno de confianza”. Uno de los
hechos centrales para esta facción es que llegado determinado nivel de aumento
en la inteligencia, el sujeto se vuelve inestable y, por lo tanto, inútil. La
inteligencia es, de hecho, el tema central de este enorme relato de Sterling.
Los formadores desarrollan un plan para generar máquinas orgánicas, es decir,
utilizar una especie alienígena con forma de insecto y mentalidad de colmena
para el trabajo en minas y hacer de la facción un “titán industrial”. Los
alienígenas son descriptos como “una tecnología genética que se alimenta a sí
misma, se dirige, de una forma eficiente e interminable”.
Del otro lado la
tenemos a “Rosa araña” (también en Crystal
Express), una mecanicista “de doscientos años de edad que vivía en una telaraña
que orbitaba Urano, con el cuerpo rebullendo de hormonas jóvenes, la sabia cara
vieja-joven como algo sacado de un molde de escayola, el pelo largo y blanco un
ondulante despliegue de hilos de fibra óptica implantados con pequeñas gotas de
luz que manaban como gemas microscópicas de sus sesgadas puntas”. Rosa araña
está sola, atrapada en una red de policarbonato, “enlazada cerebralmente a sus
instrumentos”.
Y
en ese contexto, la tecnología mecánica o la tecnología genética surgen como
dos posibilidades posthumanas. Nadie piensa que permanecer iguales a sí mismos
pueda ser un buen plan. La pregunta es cómo cambiar, qué lógica debe gobernar
la transformación. El propio Afriel reconoce: “La tecnología ha liberado
fuerzas tremendas que están destrozando la sociedad. Una facción debe alzarse
por encima de la batalla e integrar las cosas”. Porque en el fondo, lo que está
en juego es que la especie humana se escinda para siempre. Las alteraciones
genéticas o mecánicas pueden producir, a mediano plazo, dos especies distintas.
¿Y entonces qué?
Braidotti reclama:
“Pero ahora necesitamos nuevas genealogías, representaciones alternativas,
teóricas y jurídicas, de nuevo sistema de parentesco, de narraciones que estén
a la altura de este desafío extraordinario. El universo en el que me encuentro
viviendo como sujeto postindustrial del llamado capitalismo avanzado, se
caracteriza por su mucha familiaridad e incluso demasiados puntos en común con
el posicionamiento material y simbólico de diversos seres humanos sexuados
femeninos, la oveja cloanda Dolly y los oncoratones usados como conejillos de
Indias”. Braidotti dice sentirse a mitad de camino entre los “miembros genéticamente
modificados del ex reino animal” y los ideales humanistas que “proclaman la
unicidad de mi especie”. Podríamos pensar este pasaje como un breve manifiesto
formador.
Del otro lado,
Donna Haraway (Manifiesto Cyborg, 1984)
nos dice: “El cyborg es un organismo cibernético, un híbrido, una máquina y organismo,
una criatura de realidad social y también de ficción (…) La relación entre
máquina y organismo ha sido de guerra fronteriza. En tal conflicto estaban en
litigio los territorios de la producción, de la reproducción y de la
imaginación. El presente trabajo es un canto al placer en la confusión de las
fronteras y a la responsabilidad en su construcción”. Los contornos entre lo
dado (naturaleza) y lo producido (artefacto) están diluidos de tal manera que
“La cultura de la alta tecnología desafía esos dualismos de manera curiosa. No
está claro quién hace y quién es hecho en la relación entre el humano y la
máquina”. De modo que podríamos pensar que Haraway escribe el manifiesto mecanicista.
Lo interesante es
que tanto Braidotti como Haraway están buscando una estrategia que no sólo deje
atrás lo humano ¾entendido como
esencialismo, como resultado de la Ley Natural¾
sino que ambas están buscando también la posibilidad de un nuevo sujeto capaz
de habitar ese territorio futuro que conocemos como postcapitalismo.
// el devenir maquínco
La novela Luz de M. John Harrison abre tantas
tramas que podríamos pensarla como un dispositivo trabajando sobre la
dispersión. Podríamos mencionar dos tramas principales: La que sucede en el año
2000 y tiene a
Michael Kaerney como
protagonista. Un científico que, junto a su socio Brian Tate, está
desarrollando una computadora cuántica. Kaerney es, también, un asesino serial ¾sobre todo un femicida¾ perseguido por una presencia. Y la que
más nos interesa: la capitana de una nave-k llamada Seria Mau Gallicher, que
vive en el 2400 y ha logrado un ensamble completo con su nave.
Para el problema que interesa a este
artículo, Luz es un artefacto difícil,
donde cuesta saber qué formas de vida pertenecen al mundo orgánico y qué formas
de vida serían especies tecnológicas. De hecho, podríamos construir un pequeño
bestiario de las criaturas que aparecen en la novela para ver qué tan imbricadas
están con la técnica: A) Un clon llamado Mona que viaja en la nave-k junto a su
hermana/madre. B) Los Operadores Sombra que son ¿algoritmos con vida propia?
¿alienígenas que se cargan a sí mismos en el espacio vacío? ¿programas
informáticos desalojados de su propio hardware? C) Cultivares, es decir cuerpos
fabricados genéticamente donde se pueden implantar conciencias. D) Hombres
nuevos, raza alienígena que llegó a la Tierra, tomó el control, falló y ahora
vive casi como una sub-especie mezclada con la humanidad. E) Las Chicas
Rickshaw: “con las pantorrillas y los cuádriceps modificados para tener la
fibra muscular de una yegua y los protocolos de transporte PTA de un guepardo
lanzado”. F) Násticos, otra raza alienígena al borde de la guerra con la
humanidad. G) La matemática: cálculos cuánticos con personalidad que pueden
ser, por ejemplo, un agente de navegación para las naves-k. ¿Dónde está lo
humano? ¿Dónde lo orgánico? ¿Dónde lo artificial?
Y
en este contexto nos encontramos a Seria Mau, la capitana, que se ha sometido a
una serie de procesos de transformación que implican umbrales biológicos y
técnicos. Te ponen la inyección, te hacen pruebas, “tienes síntomas de
escloriosis múltiple, lupus y esquizofrenia. Te atan y te dan una mordaza de
goma para que la muerdas. El camino queda libre para los operadores sombra, que
operan en sustrato nanomecánico a nivel submicrométrico, y pronto empiezan a
convertir en pedazos tu sistema nervioso simpático. Expulsan continuamente la
basura a través del colon. (…) estas consciente durante todo este proceso,
excepto el breve instante en que te presentan el código-k en persona. Muchos reclutas,
incluso ahora, no logran pasar este punto. Si lo haces, te saltan al tanque.
Para entonces ya han roto la mayor parte de tus huesos, y te han quitado algunos
órganos: estás sorda y estás ciega y de lo único que eres consciente es de una
especie de marea nauseabunda que te envuelve para siempre. Se han introducido
en tu neurocortex para que acepte el puente de software conocido irónicamente
como la Cruz de Einstein, por la forma en que ves la primera vez que lo
utilizas. Ya no estás sola. Pronto podrás procesar conscientemente miles de
millones de bits por segundo, pero nunca volverás a caminar. Nunca te reirás o
acariciarás a nadie ni serás acariciada, follarás o serás follada. Nunca harás
nada por ti misma”.
El problema es, una
vez más, la articulación de tecnociencia y mercado. El biólogo Lewis Wolpert se
pregunta: ¿podemos generar tanto un ángel como un dinosaurio? “Si toda la
información contenida en el embrión de un ser vivo, incluso de un ser humano,
se somete al aparato computacional, sería posible deducir el programa completo
de su desarrollo futuro”. Estamos frente a la posibilidad de manipular la vida
para corregir eventuales problemas, prevenir ciertas tendencias probabilísticas
y efectuar ajustes según las preferencias del usuario, portador o consumidor.
Y no solo eso. No es
solo la posibilidad de alterar el material genético que la evolución natural
legó a una determinada especie, ahora el objetivo es proyectar y producir seres
vivos con fines explícitos y utilitarios. Eso es, de alguna manera, Seria Mau.
// el devenir orgánico
Amanecer de Octavia Butler
cuenta la historia de una humanidad diezmada, donde lxs sobrevivientes están recluidxs
en una nave alienígena. Una guerra nuclear entre Estados Unidos y la Unión
Soviética terminó con la vida humana en la Tierra. Los sobrevivientes han sido
conservador de alguna manera, han dormido cientos de años, han sido alterados
genéticamente para, por ejemplo, no padecer cáncer.
En
ese contexto se despierta la protagonista, Lilith, que ha estado durmiendo
durante 250 años. Se le presenta un oankali, un miembro de la raza alienígena.
Es un macho aunque le explica que sería un error asumir tan rápido que ellos,
los oankali, tiene la misma distribución sexual que lxs humanos. Le explica que
oankali significa comerciante y, en sentido estricto, comerciante de genes. “Mi
pariente no es ni macho ni hembra, el nombre que le damos a su sexo es ooloi. Él
comprende el cuerpo de ustedes, porque es un ooloi. En la tierra había un gran
número de seres humanos muertos o moribundos por estudiar. Nuestros ooloi
lograron comprender lo que era normal y lo que era anormal, posible o
imposible, en el cuerpo humano”.
Entonces le cuenta
el plan: algunos de los humanos sobrevivientes volverán a la tierra junto a un
grupo de oankali (Dinso), otros partirán en un viaje espacial con la nave vieja
(Toaht) y otros reunirá humanos y oankali en una nave nueva (Akjai). En todos
los casos, los humanos que vuelven a la Tierra tanto como los que se van, “se
convertirán en algo distinto a lo que fueron” y, más adelante, “Sus hijos serán
más parecidos a nosotros y los nuestros más parecidos a ustedes”. En esto está,
creo, el proyecto posthumanista de Octavia Butler.
Ahora bien, entre
todos los campos de saber, es la biología la que parece tomar la hegemonía del
siglo XXI. Si en la primera mitad del siglo XX se dedicó a agregar pequeños
ajustes a la teoría darwiniana a partir de la “explicación física de la
herencia”, a partir de 1953 con la teoría molecular del código genético empezó
a ganar protagonismo. El estado de la cuestión hoy es que los científicos
podrían alterar a gusto las informaciones condensadas en los genomas de cada especie.
De este modo, el modelo digital del cuerpo humano y de todo lo vivo, empieza a
gobernar la metáfora científica.
Esta transformación
de todo lo vivo en información, abrió la perspectiva ya no de conocer y
entender los seres vivos, sino de modificarlos: aparece así la evolución
artificial. La humanidad puede alterar el código de la vida con el objetivo de
provocar determinados efectos. La post-evolución significa salir del sistema
poco confiable de las mutaciones aleatorias.
Creo que Butler es
especialmente sensible a esta nueva situación donde biociencia y mercado lanzan
a la especie hacia lo desconocido. Por eso la traducción de oankali es
“comerciantes de genes”.
Si lo humanx termina
traducido a los tres mil millones de letras que componen su genoma y esas
letras son idénticas a los demás seres vivos, esta equivalencia parece abrir el
horizonte hacia la transmutación de las especies. Experiencias de combinación y
mezcla de componentes de organismos de diversas especies, alterando sus códigos
vitales, transfiriendo informaciones de uno a otro, combinándose con materiales
inertes (como el metal, por ejemplo).
El futuro, entonces,
parece depender de dos variables: la transformación y, a la vez, el divorcio de
las lógicas de mercado y conocimiento científico. Si esto se logra, entonces es
posible imaginar un posthumanismo habitable. O, en palabras de Braidotti: “Este
cambio puede ser interpretado como una especie de éxodo antropológico, una fuga
de la concepción dominante del Hombre como señor indisputado de la creación, una
colosal hibridación de la especie”.
* Juan Mattio es escritor y periodista. Este artículo forma parte de las
exploraciones de Synco – observatorio de ciencia ficción, tecnología y futuros.
Proyectosynco.com
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