EDITORIAL
PRÓXIMA 35 / CHILE
“A la distancia, otra ciudad corre en pos de Ernn. Las ciudades, dentro de los anillos, giran como en un carrusel que da la vuelta al mundo”. Así describe Hernán Varela, ya convertido en X, el mundo de Los Altísimos. Ha iniciado una aventura de descu-brimiento que lo llevara a develar capa sobre capa una nueva comprensión sobre la naturaleza de la realidad. Esta novela fundamental del chileno Hugo Correa, publicada por primera vez en 1951, es una feroz crítica a las sociedades totalitarias y una advertencia sobre las consecuencias de supeditar la felicidad al crecimiento económico y al maquinismo, pero a la vez plantea un universo impecablemente construido que se adelantó más de diez años a otras obras de ciencia ficción dura como Mundo Anillo, de Larry Niven.
En cambio, Sergio Meier se entrega a la multiplicidad de universos paralelos y escribe La segunda Enciclopedia de Tlon, a partir del cuento “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, de Borges, produciendo así la primera novela steampunk chilena. El usual enfrentamiento entre fuerzas de la luz y de la oscuridad aquí se expresa entrelazando tanto especulaciones místicas como científicas; conviven personajes como Leibniz, Newton, Blake y, por supuesto, Borges, en un aparente caos que sin embargo tiene el orden de un mecanismo perfecto.
Y Jorge Baradit elige la ucronía para hablar del pasado reciente y escribe Synco, una novela donde Pinochet decide apoyar al gobierno de Salvador Allende y se pone en funcionamiento el programa Synco, destinado a crear el primer Estado cibernético de la historia (un programa que existió en realidad). En la trama se enredan conspiraciones delirantes y poderes oscuros, pero la historia se sostiene sobre todo en cierto pacto de la sociedad con el deseo de un futuro brillante, aunque clausure la memoria.
Es fascinante como cada una de estas obras interpela a su tiempo y a la sociedad de la que han nacido, a la riqueza de su imaginario, a sus expectativas y temores, pero también a sus cuentas pendientes.
No se puede negar que el género muta tanto como sus manifestaciones, cambia lo que se escribe tanto como sus lectores.
Hay cierta competencia lingüística que tiene que ver con la capacidad de producir infinitos enunciados gramaticalmente correctos con una cantidad finita de elementos. Una capacidad innata, una especie de intuición, habitando en nuestro cerebro y permitiéndonos comunicarnos mediante las palabras, esas pequeñas unidades que, enlazadas, pueden dar cuenta del mundo, reconstruirlo o reinventarlo. En esa magia infinita del narrar habitan todos los mundos posibles: lo que es, lo que pudo ser y no fue, lo que está por hacerse.
El futuro está esperando a que le demos forma.
Laura Ponce
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