EDITORIAL
PROXIMA 34 / URUGUAY
“En
la oscuridad total, mis ojos buscaron una referencia y se volvieron a cerrar,
sin haber encontrado las rayas horizontales, paralelas, que habitualmente dibujaba
la luz eléctrica de la calle, o del sol, al filtrarse por entre las tablillas de
la persiana”; así comienza la novela El
lugar, de Mario Levrero. Le sigue el derrotero de una búsqueda a tientas,
un infructuoso indagar en la memoria, una desesperación que adquiere el
convencimiento de hallarse en un caprichoso torneo de resistencia contra el
lugar mismo.
Esos
personajes un poco cínicos, en situaciones siempre al borde del absurdo,
sometidos a la violencia de circunstancias que no comprenden, son característicos
de Levrero. Ambientes oníricos, donde la extrañeza del paisaje exterior reproduce
la extrañeza del paisaje interior. Historias con un dejo de amargura y de rabia,
la sensación de desánimo de alguien que nunca estuvo del todo a gusto con la
vida o consigo mismo, y aun así saber que no se puede volver atrás, que sólo
queda seguir adelante.
Puede
verse algo de esto en todos los relatos que seleccionamos para este número, y posiblemente
es un elemento recurrente en la narrativa uruguaya, incluso en la rioplatense.
Parece
claro que hay algo de esas sensaciones con lo que nos conectamos, algo que
entendemos profundamente. Por eso, en nuestra cultura compartida, se nos da tan
bien el fantástico un poco oscuro, por eso nuestra ciencia ficción es como es.
Nunca podría florecer a esta luz mortecina de balnearios abandonados, un
fantástico como el del realismo mágico, o una CF como la cubana.
Parece
que, igual que el protagonista de El
lugar, avanzamos por una
sucesión de días y noches, atravesándolos como habitaciones desconocidas que investigamos
a tientas, en un entorno cada vez más ruinoso (y la realidad sociopolítica
nacional, regional y mundial, no nos da respiro en eso).
Quizás
nos obsesionan los túneles no explorados, las puertas no abiertas, el idioma no
aprendido, los vínculos que nunca terminaron de establecerse, preguntarnos si
realmente queremos conocer a otrxs y darnos a conocer, establecer relaciones
verdaderas, o sólo buscamos paliativos para la soledad, para el vacío de no
saber quiénes somos nosotrxs mismos.
A veces, en ese movernos por el tiempo como
por una geografía sin asideros, nos alienta el recuerdo, la leve memoria de la
luz. Aferrarnos a la certeza de que es posible. Y seguir andando, buscando,
construyendo.
Laura Ponce
* la imagen es "Mabel", por Grendel Bellarousse
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