EDITORIAL
PROXIMA 29 / Verano
En mi mente, la idea de verano está asociada al
concepto de receso y a la adolescencia. Me da la impresión de que a esa edad se
iniciara una especie de pacto y que después, a lo largo de la vida, las
vacaciones fueran el intento de volver a lo que se sintió entonces, al
entusiasmo despreocupado y la risa fácil, a la exuberancia de sonidos y
colores, a la sensación de que el mundo, el resto de nuestra vida, está en
pausa; de que espera apenas un paso más allá, cruzando el límite del verano,
pero mientras dure ese receso estaremos a salvo. Porque esa es una condición
importante: no puede durar para siempre.
A veces parece que alcanza con una escapada, tal
como piensa el Marvin de Robert
Sheckley en Trueque Mental cuando
responde a un aviso del diario e intercambia su cuerpo con un turista marciano.
Claro que en realidad se trata de una estafa y pronto el pobre Marvin se
encuentra sin cuerpo propio y expuesto a la «deformación metafórica», un
trastorno por el que la mente del viajero traduce la realidad alienígena a
motivos familiares; algo así como lo que dice el historiador Peter Burke en Visto y no visto, sobre la analogía que
hace inteligible lo exótico, que lo domestica, impidiendo ver todo aquello que
tiene de desconocido. Porque esa es otra condición: las vacaciones deben
permitir un cambio de ambiente, pero sin salir del todo de lo conocido.
El insatisfecho Gustav Von Aschenbach de Thomas Mann en Muerte en Venecia es arrastrado por el
deseo de «liberación, de relevo y olvido», por la necesidad de escapar de su
rutina burguesa, pero no se va a la jungla de un país lejano sino a un
balneario propio de su ambiente, donde puede encontrarse con otros como él,
otros indolentes que también hacen oídos sordos a la decadencia de su cultura
egoísta y autocomplaciente. Tarde comprende que su vida es una trama de ilusiones
y simulaciones. Tadzio encarna la juventud que él ya no tiene, y también todo
aquello que no se ha permitido vivir. Porque el verano también implica eso: la
noción de ciclo, de punto culminante en una curva destinada a decaer.
Quizás por eso se lo abraza con una especie de inocencia,
separada por completo de los justificativos de la razón. Como
el gato Petronius en la novela de Heinlein, que durante el invierno nunca
abandona la esperanza de que alguna de las puertas de la casa se abra al
verano.
Este verano que vivimos en Argentina reúne todas esas
características y algunas otras francamente inquietantes. Todo lo que
anticipábamos en el editorial de diciembre fue superado por las medidas que
tomó el nuevo gobierno. Después del shock inicial, ahora hay una sensación de
pausa, pero no conlleva alivio sino angustia, como de algo que junta presión,
que sigue moviéndose secretamente y no augura nada bueno. Me preocupa qué pueda
esperarnos cuando termine el verano.
¿Qué nos queda? No rendirnos. Seguir trabajando por lo
que amamos.
Laura Ponce
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