PROXIMA 22 / Editorial
Cuando me propuse el tema de este número quería
que el ciberpunk fuera el punto de partida para hablar de nuestra relación con
la tecnología, relación que no es la misma hoy que hace treinta años, cuando
William Gibson escribió los cuentos de “Quemando a Cromo”, por ejemplo.
Hoy, algunos elementos del universo que
narró nos resultan anacrónicos, tanto como los autos voladores o algunos
electrodomésticos de la casa del futuro; otros, en cambio, son parte de la vida
diaria.
Pero la tecnología fue todavía más allá:
facilitó las cosas. Ya no es necesario ser un vaquero de consolas para navegar
por el ciberespacio; jugar juegos en red, descargar música o información, hasta
construir con otros una ciudad virtual y “vivir” en ella, son cosas al alcance
prácticamente de cualquiera.
Eso también cambió nuestra relación con
la información. ¿Qué sentido tiene recordar o aprender determinados datos si
pueden ser consultados o recuperados en cualquier momento, sin esfuerzo alguno?
¿Quién recuerda números telefónicos? Para qué guardarlos en nuestra memoria
cuando el celular puede guardarlos en la suya...
Y la inmediatez y fugacidad de las
noticias, el escaso análisis, la enorme cantidad de estímulos con la que somos
bombardeados todo el tiempo, nos insensibilizan peligrosamente. Vivimos en un
mundo donde pasan demasiadas cosas demasiado rápido, y corremos tratando de
seguirles el paso, hambrientos y vacíos.
La tecnología se nos propone como la
herramienta suprema, la solución a todos los males, la materialización de todos
nuestros anhelos y apetitos: deseable, inevitable, imprescindible, al punto de
que quien no la use padecerá una nueva clase de analfabetismo o será un
excluido social ¾en un mundo cada vez más globalizado, cada vez más hiperconectado,
ése sería el peor anatema¾. Y continuamente
la sociedad de consumo fomenta nuestra desesperación por no quedar afuera, por
siempre estar al tanto, por conseguir lo más nuevo, lo que acaba de salir, por ser
en función de eso.
Lo “moderno” es lo único valioso. Renegamos
del pasado, de lo arcaico. De lo que hasta ayer era útil y de probado valor,
sano o natural.
Soñamos con que la tecnología nos permita
eternizarnos, vencer las barreras de lo orgánico, pero nuestra relación con
ella es cada vez más carnal, más íntima y personal. Es difícil saber dónde llevará
todo esto.
Afortunadamente, nuestros sueños y
recuerdos aún ¾aún¾ pueden ser accesados sólo por nosotros mismos, y creo que es allí
donde se mantiene a salvo nuestra identidad. Disfrutémoslos mientras podamos.
Laura
Ponce
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